EFE-Radio América. Sin pasillo, en una versión rebajada del Real Madrid, el Atlético de Madrid logró una victoria desconocida en el Wanda Metropolitano, la primera contra su ‘eterno’ rival en su moderno estadio, a través de un penalti transformado por Yannick Carrasco, oro puro para el conjunto rojiblanco en su persecución obsesiva de la Liga de Campeones, a tan solo ya un triunfo, sin depender de nadie más que de sí mismo.
A tres jornadas del final, sus seis puntos de ventaja sobre el Betis, más la diferencia particular a su favor contra él, lo postula en una situación de privilegio, tal y como ha sido la temporada.
Un premio de consolación, indispensable, para el grupo de Diego Simeone, que tuvo ocasiones para hacerle más daño al Real Madrid en el derbi, pero terminó encerrado en su área, expuesto a la ofensiva final del equipo blanco y encomendado a Jan Oblak.
Jamás en toda la era Simeone se encontró el conjunto rojiblanco un Real Madrid tan contemplativo en una competición que ya le parece ajena. Tiene motivos para considerarlo. Es el campeón irrebatible, no le queda nada interesante por lograr en este torneo y todas sus expectativas se centran ya en el tremendo desafío de la final de la Liga de Campeones.
El Real Madrid vino de trámite al Metropolitano. Entre el tremendo esfuerzo, prórroga incluida, con el Manchester City del miércoles, y lo que le aguarda contra el Liverpool en París el próximo 28 de mayo, rebajó su potencia. No es lo mismo Lunin que Courtois. Ni, sobre todo, Jovic que Benzema, que no jugó nada. Tampoco salieron de titulares ni Vinicius ni Modric. Demasiada concesión en un derbi, encima crucial para el Atlético.
Porque el conjunto rojiblanco sí tiene mucho por hacer de aquí al final: el pase a la Liga de Campeones. Es el salvavidas de una temporada que ha zozobrado por momentos, al borde del naufragio que sería quedarse fuera de una competición -y perder su inyección económica- a la que no ha faltado en ninguno de los últimos ocho años. No hay términos medios ya para él. El miedo al fiasco está latente. Y no se lo puede permitir el Atlético.
Derrotado el Betis un día antes, doblegada la Real Sociedad el viernes, el derbi era una obligación para el equipo, que no está en sus mejores tiempos de una década para la historia, pero que siente inadmisible quedarse fuera de la Champions. Lo trasladó el partido, que encaró desde la ambición, desde la presión, desde la indudable responsabilidad que le entregó el Real Madrid, que lo aguardó. Lo invitó a demostrar de qué es capaz el Atlético.
Una ocasión de Ángel Correa (reemplazado al descanso por Griezmann), en tan solo cuatro minutos; otra de Carrasco, siempre activo, en el 9… No tuvo recursos al principio para más (después sí) que conducir la pelota hacia ningún sitio frente a un rival que sólo esperaba, que mantenía la posición, que era lo mínimo, que apareció sobre el césped para cumplir el expediente sin más, en una secuencia de pérdidas de balón impensables con algo más en juego para el Real Madrid de las que surgió, en la enésima, el penalti que decidió el choque.
El balón fue a parar a Marcos Llorente, que lanzó el pase al desmarque de Matheus Cunha, que vio una autopista por delante hasta el área. Se cruzó ante él Militao a la misma vez que se abalanzó por detrás Vallejo. El pie izquierdo del central (tan solo había jugado 97 minutos en esta Liga hasta su titularidad en el derbi) pisó el derecho del atacante brasileño. No lo detectó a simple vista el árbitro, avisado por el VAR para la revisión sobre el terreno a través del vídeo. Señaló la pena máxima. Carrasco la transformó en el 1-0. Era el minuto 39.
Oro para el Atlético, al que no le había dado para apenas más que unos amagos en todo el tránsito anterior. También una advertencia para el Real Madrid, que, de repente, le puso más empeño ofensivo, suficiente como para que Kroos asustara a la hinchada local con un derechazo desde fuera del área y, sobre todo, para reclamar la aparición de Oblak, agigantado, salvador, cuando Jovic -sustituto del lesionado Mariano, que iba ser el titular-, tentó el 1-1 al borde del intermedio, cuando descubrió las fisuras atrás de los rojiblancos.
El partido se movía en una calma tensa. En la ventaja de uno, el Atlético, que tuvo ocasiones de todos los colores en el segundo tiempo, y en las ráfagas ofensivas de otro, el Real Madrid, que era un despropósito defensivo, al que el conjunto rojiblanco no le hizo más daño por la pelea increíble que sostuvo con el gol, en el ejercicio de superviviencia atrás al que se había encomendado un campeón desdibujado en sus propias concesiones.
El Atlético lo tuvo contra las cuerdas entonces: Carrasco divisó el gol hasta dos veces, con un remate a las nubes y con la desesperación que causó el otro contra el poste; Griezmann probó desde lejos y desde cerca, sin tino; a Cunha se le nubló la portería cuando Lunin se interpuso en el recorrido hacia la portería…
Antes, durante y después, Ancelotti movió su banquillo, siempre dentro de los parámetros de dosificación física con los que había diseñado el duelo. Incluyó a Vinicius y Valderde (dos tiros suyos fueron las mejores opciones del Real Madrid en el segundo tiempo, repelida por Oblak), quitó a Casemiro y a Jovic; introdujo a Modric y Mendy, retiró a Kroos y Militao. Benzema ni siquiera jugó. No le hizo falta para empujar al Atlético hacia su territorio, de nuevo con Oblak en el papel de héroe con el último intento desde lejos de Asensio.