«El racismo es un antiguo flagelo de la Humanidad»
Estos hechos están dedicados a la última generación de la esclavitud y el holocausto y a la generación de la reconstrucción de un país que vive permanentemente en dudas, incertidumbres, buscando una paz que nunca encuentra y tratando de que se reconozcan sus derechos, que lamentablemente siempre se ponen en duda. Una paz que nunca empieza. La paz empieza nunca. El país de los muros. Del Apartheid, del racismo. La característica más importante, es la crisis profunda para la conciencia nacional judía en la nueva sociedad moderna secular, sobre todo en las nuevas generaciones de la diáspora, potenciando de tal manera, el fortalecimiento de la conciencia nacional en las nuevas generaciones de judíos que se están estableciendo en los asentamientos establecidos en tierras palestinas, en los territorios ocupados. Las ciudades y pueblos palestinos están prácticamente cercados por los asentamiento ilegales sometidos a un control policial y militar muy estricto, y cortado y cuadriculado por un murallón gigantesco que separa las familias de sus escuelas y campos de trabajo. Este tema de los asentamientos es lo que en realidad provoca confrontaciones internacionales. Vuelven a plantearse las tesis de Herzl, de los “sionistas prácticos, como de los “sionistas espirituales”.
Sobre una mesa donde colocaron unos planos Francia y Gran Bretaña en 1916, se repartieron Oriente Medio, ya lo decía Lloyd George, Primer Ministro de la Pérfida Albión, “Mesopotamía…si…petróleo…regadíos…debemos…de tener Palestina…Siria…hum…que hay en Siria? Que sea para los franceses”. Así se expusieron las líneas del acuerdo de paz en Oriente Próximo: Gran Bretaña aprovechando la oportunidad, la necesidad de echarles algo a los franceses, una patria para los judíos, petróleo y la tranquila suposición de que los negociadores podían disponer de los antiguos territorios otomanos como quisieran. Para los árabes los acuerdos de paz fueron la repetición del viejo imperialismo decimonónico. Gran Bretaña y Francia se salieron con la suya, “porque Estados Unidos opto por no intervenir y porque el nacionalismo árabe no era lo suficiente fuerte para enfrentarse a ellas”.
Finalmente, los ingleses publicaron la ya famosa “Declaración Balfour”, el 2 de noviembre de 1917, en la que se estipulaban los siguientes conceptos: “El Gobierno de su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un Hogar nacional para el pueblo judío, y hará uso de sus mejores recursos para facilitar el logro de ese objetivo, quedando claramente comprendido que nada será hecho que perjudique los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, ni los derechos y condiciones políticos de que disfrutan los judíos en cualquier otro país”. Nada está más claro que lo expuesto, que lamentablemente se ha venido tergiversando y adaptándose a los intereses de la derecha israelita: la de Yitzhak Rabin, mártir de la lucha por la ruta de la “paz por territorios” y sacrificado por la ultra derecha israelita, que tanto daño le ha hecho a esa nación, que sigue con esa cruz del Mesías que todavía espera y que para nosotros los cristianos, ya resucito de entre los muertos.
La llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos de América ha puesto en jaque, el proceso de paz del Próximo Oriente, los norteamericanos no saben que pito tocar, después de las declaraciones del General Mattis, que no puede trabajar con un “presidente idiota”. Los Acuerdos de Oslo (1993), fueron una serie de acuerdos firmados entre el Gobierno de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), y estaban diseñados para ofrecer una solución permanente en el conflicto palestino-israelí. El 13 de septiembre de 2018, se cumplieron 25 años, un marco que crearía las condiciones para un ciclo de paz liberal que sin embargo se ha convertido en lo que denominaríamos una gestión de conflictos. Este proceso se convirtió en una política de cómo Israel puso en marcha una política de expansión, tales como la construcción del muro que separa a los árabes, la anexión de facto de una importante porción de Cisjordania y sobre todo la gran aspiración de quedarse con Jerusalén Este, capital del Estado Palestino.
Jerusalén, la ciudad santa ha sido donde la política de los hechos consumados de Israel es más evidente, tras conquistar la parte oriental de la ciudad en 1967, donde ha construido asentamientos e infraestructuras para poder decir y querer, y dar a entender a la comunidad internacional “la realidad de un solo Estado”, lo que resumiendo es una falacia. Aunque la Knesset, haya aprobado una Ley en 1980, que expandía los límites municipales y anexó toda la ciudad, declarando que era su capital “eterna e indivisible”. El oprobio de dicho acto por parte de la opinión internacional fue horroroso, la censura del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, incluido los mismos Estados Unidos. Otra cuestión que la administración Trump, ha socavado es el futuro de los ciudadanos palestinos de Israel, apoyando con carácter implícito la Ley de Israel como Estado Nación Judío, que consolida como ciudadanos de segunda clase a los “árabes palestinos”, uniéndose a ello el tema de Gaza, la de la suciedad y el abandono.
El que los norteamericanos hayan trasladado su Embajada a Jerusalén, reconociéndola como capital de Israel, no obliga a otros países a que sean comparsas y trasladen sus Embajadas. Desconociendo así lo que las Naciones Unidas en su día reconoció a Jerusalén como una ciudad abierta a las tres religiones teocráticas. Mi experiencia es que tanto Honduras como Guatemala, serán reconocidas por el Cuerpo Diplomático acreditado en Tel- Aviv, como Naciones Parias, como ya lo fueron El Salvador y Costa Rica en los años 90-93.
Como decía Chaim Weizmann, que sería el primer Presidente del Estado de Israel, “la memoria es derecho”. Sí lo ha sido para los Judíos también lo es para el Pueblo Palestino.
[email protected] jueves, a 10 de enero de 2019.